El lado turco de Europa*

Gonzalo Barrena.

No hace muchos años, un canciller alemán manifestaba haber estudiado nunca a Turquía como país situado en Europa, rechazando sus pretensiones de ingreso en la Unión. Su formación o su memoria olvidaban la importante y sostenida presencia de los pueblos y culturas de Anatolia en la construcción de la identidad y pensamiento europeos.
Precisamente allí, en sus costas occidentales, “con el más bello cielo y el mejor clima que existen entre los hombres” según Herodoto, el pueblo griego materializó su propio alfabeto, el pensamiento lógico, la imagen del mundo… En aquellas recortadas costas de Jonia nacieron Pitágoras y sus providenciales intuiciones geométricas.
Un poco más al interior, en Sardes, una corte de sacerdotes atesoraba precisos conocimientos de astronomía. Los sabios griegos de entonces visitaban sin parar la ciudad, capital del boyante reino de Lidia y ciudad-cerebro de la época. De allí se importó también la idea y práctica de acuñar monedas, realidad tan occidental, tan nuestra.
Después, la tierra de la actual Turquía permaneció grecorromana -y civilizada como tal- durante casi veinte siglos, más aún que los propios territorios centroeuropeos, bárbaros de nuevo durante los primeros siglos de la Edad Media. Hasta el avanzado siglo XIV, en cambio, buena parte de Anatolia logró conservar la paz y cultura clásicas: fueron sus tiempos como parte del Imperio Bizantino.
Y cuando Anatolia deja de ser bizantina, no deja de serlo ella sola: casi toda la región balcánica, en la Europa continental, pasa a formar parte del imperio turco, que mantendrá un vaivén territorial con la Europa latina primero, y con la austro-húngara después, hasta bien entrado ya nuestro siglo XX.
Por eso, si Europa -o lo europeo- trasciende lo continental y brinca sin rubor hasta América por el oeste, la puerta, por el este, bien podría ponerse allende Turquía, merecedora de ello por siglos, por orígenes, por componentes étnicos y por articular ese otro operativo territorial que es lo mediterráneo, crisol milenario de esto que ha dado en llamarse ahora Europa.
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Artículo publicado en el nº 3 de La Jueya, el 18 de noviembre de 2005

Ilustraban el texto Patricia e Isabel, alumnas de 2º de Bachillerato de Artes.