Ilustración: Teo Martín Fontela

Ilustración: Ian Marchite

La Odisea, Canto XII. (Fragmentos sobre “Las Sirenas”)

“Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil que sujeten a éste las amarras, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas […]”

«Entretanto la bien fabricada nave llegó velozmente a la isla de las dos Sirenas pues la impulsaba próspero viento. Pero enseguida cesó éste y se hizo una bonanza apacible, pues un dios había calmado el oleaje.
«Levantáronse mis compañeros para plegar las velas y las pusieron sobre la cóncava nave y, sentándose al remo, blanqueaban el agua con los pulimentados remos.
«Entonces yo partí en trocitos, con el agudo bronce, un gran pan de cera y lo apreté con mis pesadas manos. Enseguida se calentó la cera pues la oprimían mi gran fuerza y el brillo del soberano Helios Hiperiónida y la unté por orden en los oídos de todos mis compañeros. Éstos, a su vez, me ataron igual de manos que de pies, firme junto al mástil sujetaron a éste las amarras y, sentándose, batían el canoso mar con los remos.
«Conque, cuando la nave estaba a una distancia en que se oye a un hombre al gritar en nuestra veloz marcha, no se les ocultó a las Sirenas que se acercaba y entonaron su sonoro canto:
«»Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda.»
«Así decían lanzando su hermosa voz. Entonces mi corazón deseó escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con mis cejas, pero ellos se echaron hacia adelante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más.
«Cuando por fin las habían pasado de largo y ya no se oía más la voz de las Sirenas ni su canto, se quitaron la cera mis fieles compañeros, la que yo había untado en sus oídos, y a mí me soltaron de las amarras.”

Ulises y las sirenas

Gonzalo Barrena

En el canto XII de La Odisea, Homero no dormita, y tan sagaz como su protagonista, teje algunos de los episodios más dinámicos del poema. Uno de ellos tiene que ver con el hechizo de Las Sirenas, que en griego no suelen tener cuerpo de pez sino alas y canto, como las aves, y un un rol sombrío aunque se presenten sentadas, estas dos, en medio de un prado florido. Desde él, apartan por atracción fatal a los hombres de sus tiernos hijos, de las esposas, y los acaban como un saco de piel y huesos en su derredor, anticipándose desde allí la controversia humana entre el placer singular y el de familia.

El episodio dice mucho en poquísimos hexámetros del universo intelectual en que bogan los griegos: el héroe sagaz no elude el peligro ni la atracción, sino sus consecuencias; el encanto que ejercen esos seres, que las sagas danesas representan con cuerpos de pez, es de naturaleza musical pero no deja de estar preñado de conceptos, pues las dos sirenas homéricas envidan la gana de saber -cosa tan griega- que vuelve débiles a los aventureros: ellas presumen de conocer y contar el pasado de Ilión, y todo lo que ocurre sobre la tierra. Y parecen hacerlo con continuidad entre forma y contenido pues la dulce voz en que relatan cosas arrastra el corazón de Ulises, él mismo lo cuenta, queriendo decir que su emoción atiende a razones de vértigo, y aunque sólo puede insinuarlo con las cejas, intenta que sus fieles remeros lo desaten para dejarse llevar.

El destino en forma de dios también pone de su parte, pues aquí, donde el viento o la tormenta harían imposible la seducción, cierta divinidad que no se nombra deja los mares en calma, para que resulte posible el dulce mal de las sirenas, que en griego quiere decir, encadenadas. ¿A qué?.

El resto del significado se conoce bien: Ulises sella con pan de cera los oídos de quienes reman, y lo hace con orden, para evitar el desastre colectivo. Pero ni explica ni disculpa el egoísmo estético de la audición. Sus compañeros, en cambio, le son fieles como es menester, y empujan la cóncava nave por el canoso mar hacia otras partes del canto.

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