Friedrich Nietzsche (1844-1900), pensador alemán, pasó buena parte de su vida en Suiza e Italia. Comparte con Marx y Freud, una actitud de sospecha y denuncia. Sospecha que los valores oficiales de la cultura occidental ya no valen: son valores vacíos y no rigen la vida de las personas.

Dios ha muerto significa más que algún tipo de ateísmo; es la gran metáfora que expresa la muerte de las verdades absolutas, de las ideas inmutables y de los ideales que guiaban la vida humana. Dios representa todo aquello que es suprasensible, representa todos los idealismos, las grandes creencias o verdades presentes en toda la historia de Occidente. Unos puntos de vista, denuncia, que negaban la vida fijando la mirada en un más allá.

La muerte de Dios (antes sí que existía) inaugura un tiempo nuevo, sin ideales, principios o valores. Pero son posibles dos actitudes: la del último hombre, el hombre débil, y la del superhombre, el nuevo dios terrenal que dice sí a la vida..

Nietzsche ve en su propio tiempo el reino del último hombre, del hombre que vive el triste fin de una civilización en la cual habían imperado grandes valores ahora ya muertos. Es el reino del hombre sin grandes objetivos, sólo con pequeños intereses; es el reino del hombre que se ve precipitado al nihilismo. El nihilismo es el estado del hombre falto de objetivos por los que merezca la pena luchar, falto de fuerza para superarse. Es el hombre de la vida moderna, que está de vuelta de todo y busca sólo la comodidad y su placer diario.

Friedrich Nietzsche, autor del gran poema filosófico Así habló Zaratustra, anuncia en tono profético y metafórico, la aparición del superhombre. La doctrina del superhombre se fundamenta en la muerte de Dios. El superhombre será el nuevo dios terrenal, será el sentido de la tierra; el polo opuesto al último hombre. El superhombre se opondrá a toda difamación del mundo, a todo menosprecio por el cuerpo. Ha de dar un nuevo sentido al mundo, crear nuevos valores fundamentados en la vida, que es voluntad de poder.

La voluntad de poder es la energía que toda vida en plenitud manifiesta; es la voluntad de dominio, voluntad de ser más fuerte, de crecer: la vida que impone su ley. No es la salvaje ley del más fuerte; es el poder de los creadores, el poder de los que, por su propia grandeza, se enseñorean de la situación. 

La voluntad de poder se opone a la voluntad de igualdad. Cuanto más poderosa y creadora es una vida, más impone jerarquía y desigualdad; cuanto más débil e impotente, más impone igualdad. La voluntad de igualdad es el intento de reducir lo que es original y excepcional a ordinario y mediocre. Nietzsche polemiza contra la identificación de igualdad con justicia, identificación viva en la Revolución Francesa, en las propuestas socialistas y comunistas, en las democracias y en el cristianismo.

A la contraposición superhombre y propuestas ‘sociales’, se corresponde la contraposición nietzscheana de dos morales: la moral de los señores y moral de los esclavos. En la moral de los señores, bueno es todo cuanto eleva el individuo y afirma la vida; en la moral de los esclavos, la moral de la mediocridad, bueno es todo cuanto supone igualdad y niega la vida.

Afirmar la vida, vivir en instante con toda su fuerza, supone morder la “cabeza de la serpiente”, el único modo de romper el ciclo del “Eterno retorno de los mismo”.

Fuente: Escuela de Atenas contemporánea, CNICE.

Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 -1900) ingresó muy joven como profesor de Filología Clásica en la universidad suiza de Basilea, donde trabajó hasta 1879. Su inestable salud lo condujo al retiro como profesor, pero su producción intelectual continuó plena hasta 1888.

A principios de 1889 sufrió una crisis cerebral muy grave y pasó recluido o apartado de todo los últimos diez años de su vida, durante los que su hermana asumió, quizá en exceso, la representatividad de su obra y pensamiento.

Hoy, sus escritos e ideas continúan siendo vivos, ricos y muy sugerentes; y susceptibles de interpretaciones divergentes.